23.3.14

"La bella y la bestia"; la decadencia de lo bello


'La bella y la bestia', versión Christophe Gans, reviste de algo pocas veces visto en otras: la melancolía por el cuento medio imaginado, medio vivido. 
Es esta una narración que se olvida de una triste realidad para adentrarse en otra, infinitamente más triste, también infinitamente más maravillosa, con capacidad para curar de esa tristeza. Como en los buenos cuentos antes de acostarse.

La historia ya la conocemos, y durante los primeros compases no difiere demasiado de lo ya visto, si acaso deja ver más esa Francia del Siglo de la Razón, presagio de grandes comerciantes y no tanto de sencillas familias. 
Esta nueva Bella con cara de Lea Seydoux es consecuencia directa del entorno: es alguien que siempre porta una sonrisa, pero tras ella se esconde cierta nota de amargura por estar donde está. Lejos de querer más, quiere menos, algo demasiado "conformista" para quienes le rodean, blanco fácil de travesuras más crueles que otras.


Aunque no es a partir de que Bella forme parte de la vida en el castillo de la Bestia cuando su historia se torna plena de maravillas. 
El castillo, edén cambiante, vasto y eterno, que guarda infinitas maravillas veladas con la capa de melancolía que el olvido suele dar. El vago remedo de un paraíso para el vago remedo de un hombre, con formas semi-humanoides pegadas a una naturaleza que va devorando lo que antaño fue bello. Será el bosque, que reclama borrar con su hermosura lo que se tiñó antiguamente de vileza.
La Bestia resulta no tanto fascinante por lo que ella misma es, sino por lo que nos cuenta su mejor espejo, el castillo, de él. 
Como Bella recorriendo estancias y pasillos, buscando incansablemente la causa, acabaremos por conocer los motivos por los cuales un rey perdió su humanidad: cuando el contenido se asemeja a un demonio, para qué conservar el envoltorio de hombre. Son sus ojos los que translucen un dolor que sus maneras feroces no pueden borrar.


La metáfora y el simbolismo abunda: es el corazón de la Bestia ese enorme castillo, solo y pedregoso, apenas iluminado por la luz, cada vez más atado a una naturaleza que amenaza con dejar nada. 
Bella, la inquieta, busca, no deja de caminar, y su naturaleza curiosa la lleva a constatar que algo del antiguo hombre queda debajo de esa capa de hiedra. El baile de ambos (inteligentemente alejado de Disney) deja esperanzas de un renacimiento, y la contundencia de ciertas palabras los atan sin remedio.
No creo que esta 'Bella y Bestia' sea, probablemente para muchos, la maravilla que veo en cada una de sus imágenes. 
Probablemente demasiado sutil, demasiado envuelta en detalles para que alguien quiera adentrarse en ella, e incluso la relación entre ambos parece apresurada. Pero Christophe Gans ha sabido impregnarla de un sabor especial, a decadencia de lo bello, sin esquivar que su principal sesgo es el dolor: cada personaje sufre por culpa de magia, y solo su humanidad, dolorosamente carnal, les abre camino a la redención.


Porque del dolor emerge muchas veces la esperanza. 
Y un corazón roto puede ser remendado no importa lo largo que sea el camino.

Nota: 9 / 10

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