1.12.13

Pi, fe en el caos (1998) Darren Aronofsky


Pi, fe en el caos, es la segunda película del director Darren Aronofsky estrenada en 1998 y ganadora del premio de Sundance a mejor dirección.
Max Cohen, es un matemático obsesionado por descubrir el secreto que esconde el número pi y está convencido de que absolutamente todo en la naturaleza sigue un patrón definido por pi, incluso algo tan artificial como la bolsa. La falta de avance en la materia le atormenta, hasta que conoce a un judío que busca lo mismo que él para descifrar la Toráh. Es entonces cuando parece que descubre una estructura numérica común en la bolsa y comienza su trepidante caída a la locura. Se ve continuamente acosado por los judíos para revelar el nombre de Dios, que se encuentra entre números en la Toráh y por ambiciosos empresarios de Wall Street.El final está sujeto a una simplificación de la vida. Después de estar deliberando y sufriendo por hallar la verdad, el matemático llega a la conclusión de que no puede continuar con los intensos dolores de cabeza y las persecuciones. Por ello, deja que la fórmula caiga en el olvido, y eso solo lo puede hacer borrándola de su memoria.
El largometraje es ya un puro ejercicio de estilo desde los créditos de inicio. El símbolo Pi aparece en pantalla y mientras aparecen los títulos de crédito, se sucede una secuencia infinita de códigos alfanuméricos, así como una mezcla de fórmulas matemáticas, teorías, imágenes en 3D y neuronas, que ya anticipa el carácter de la película.

El filme, oscuro y truculento consigue una atmósfera  y enfermiza de una forma magistral con un precario presupuesto que la convierte en un joya del séptimo arte.
El uso del blanco y negro a lo largo de toda la película y la presencia de un grueso grano ya emulan una estética surrealista fascinante.
La luz por lo general es bastante dura, casi hiriente, lo que aumenta la espectacularidad de la imagen y le otorga cierto aire oscurantista e incluso kafkiano.
Durante toda la película, “vemos a través de” Max. Esto se consigue gracias a la posición que adopta la cámara respecto al personaje y a la narración autodiegética de Max en presente y primera persona.
Uno de los planos subjetivos más reveladores es un fundido a blanco que se mantiene durante seis segundos que representa el desvanecimiento de Max, la caída en su locura y que se repite hasta tres veces en cada crisis esquizofrénica.
Es muy importante destacar el papel que ejerce en el discurso como recurso estilístico los movimientos de cámara, caracterizado por rápidos y caóticos movimientos cuya intención es transmitir el mismo agobio que siente el protagonista y así acercarnos más a esa subjetividad ya mencionada.
Todos los elementos formales giran en torno a que el narratario se identifique y sienta la misma presión que Max. Para ello, también es muy importante el predominio casi absoluto de los primeros planos o los planos medios de carácter expresivo, ya que el primer plano nos pone en contacto con el personaje, haciendo que nos identifiquemos con él. Por esto, los planos generales son escasos y meramente descriptivos.
Otro elemento fundamental para incrementar esa sensación de angustia es la frecuencia repetitiva de formas como la espiral o el cuadrado, a lo largo de la película y que se hacen más frecuentes cuanto más obsesionado está el personaje, ya que él cree que “el universo se compone de números”.
“Todo” lo que podemos percibir son “matemáticas”, para relacionar estas dos ideas, además de la repetición de formas geométricas, se recurre al fundido encadenado de dos planos que nos plantea una metáfora casi literal en dos ocasiones: la naturaleza está formada por matemáticas y el ser humano se compone de matemáticas.

La razón aúrea se repite hasta la saciedad hasta que todo se convierte en un caos de formas geométricas, pero sigue siendo un caos basado en el orden (matemáticas).


La película viene cargada de simbología. El cuadrado simboliza la armonía, ya que está basado en la proporción aúrea. El círculo evoca perfección y orden. En contrapartida con las dos formas geométricas anteriores, la espiral se asocia a lo cíclico, representa el proceso de volver al mismo punto una y otra vez, eso es justamente lo que hace el protagonista. Todo sugiere que hay una estrecha conexión entre orden y caos.
En varias ocasiones también aparece una hormiga, símbolo del trabajo duro y el orden metódico. En las dos primeras ocasiones mata a la hormiga pero a la tercera no la mata y es cuando empieza a vislumbrar el significado de pi, completando la metáfora.
Otro signo que ayuda al espectador a descifrar el acercamiento a la solución es la presencia de la razón aúrea, cada vez más frecuente y cada vez más cercana a Max. Al principio está sólo en papel, pero cada vez está más cerca de Max, hasta la composición del plano está compuesto por rectángulos y cada vez se le reencuadra más dentro del rectángulo, incluso su propio ordenador se compone de rectángulos. 

La construcción del personaje es brillante a la vez que sutil. La puesta en escena ya muestra que es una persona que pasa desapercibida, siempre está tapado por algo o alguien. Otro recurso formal cuyo objetivo es también el de empequeñecer al personaje son los planos picado, que junto con el exceso de luz impiden ver la cara del protagonista, lo que resta sensación de protagonismo y puede hacer que Max resulte anodino.
Durante la película la ciencia y la religión se enlazan por medio de un actante, el místico judío Lenny Meyer que intenta atraer a Max, un personaje activo, a su campo y desviarle de su principal objetivo.
Otro conjunto de antagonistas que intervienen son los empresarios de Wall Street, liderados por Marcy Dawson. Marcy también intenta desviar a Max de su verdadero fin y actúa como presión sobre Max.
La presión de ambos personajes desencadena el descenso a la trepidante locura del protagonista. Su paranoia aumenta con la muerte de su amigo y guía, Sol.
Sol personifica la verdad platónica y el sol es mencionado en varias ocasiones por la voz diegética interior del protagonista “cuando era pequeño mi madre siempre me decía que no mirara al sol, pero a los seis años lo hice” El sol y la luz siempre han sido símbolo de verdad y cada vez que Max cae en un brote esquizofrénico, la pantalla de vuelve blanca durante seis segundos. El blanco representa la luz, y la luz simboliza la verdad.

El blanco y negro, la saturación expositiva, los continuos movimientos de cámara, los planos subjetivos y los desenfoques contribuyen a crear una atmósfera agobiante a la que se une una banda sonora completamente electrónica, de sonido estridente y metálico gracias a Clint Mansell.
El trabajo de Aronofsky es meticuloso y desconcertante consagrándose como uno de los mejores thrillers de ciencia ficción. 

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