"Solo los amantes sobreviven"; la futilidad de la eternidad
Estamos viviendo en las ruinas de un mundo que fue maravilloso, y solo con el paso del tiempo podemos darnos cuenta, un tiempo fugaz para la mente humana, apenas unas cuántas centurias para los ojos del vampiro.
Si tienen en común algo, es su mutuo amor por los clásicos, y la frágil supervivencia de una especie como la suya: matar a alguien en plena era moderna puede meterte en muchos problemas.
Son náufragos en una sociedad que les repugna, y como tales viven en los márgenes donde hay menos suciedad (figurativa): las interminables carreteras nocturnas del Detroit industrial, y los palacios que olvidaron su función conformándose con ser aparcamientos.
Probablemente sienten simpatía: son reliquias, viviendo en reliquias. La inmortalidad nunca acaba, pero si acaba su propósito.
Hay, sin duda, una mirada cruel a la vida y su propósito, a ratos solo mitigada por las palabras, canciones o películas que otros han dedicado a desentrañar sus misterios. Probablemente se llegue a la conclusión de que necesitamos un fin, todo debe acabar, pero hasta para eso somos demasiado orgullosos, queremos ver como acaba.
Casi.
Porque si existe un motivo para la vida, eterna o no, puede ser compartirla con alguien que sepa que antes todo era diferente. Y a lo mejor el día de mañana puede ser igual.
Etiquetas: Anton Yelchin, Cine, Cine Social, crítica, Jim Jarmusch, John Hurt, Mia Wasikowska, Solo los Amantes Sobreviven, Tilda Swinton, Tom Hiddleston, Vampiros
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