3.10.16

“Café Society” (2016)




“La vida es una comedia, escrita por un comediógrafo sádico”.

En su nueva película Woody Allen nos traslada a Los Ángeles de los años 30 a través de una ambientación sobresaliente. Allí ha decidido mudarse desde Nueva York un joven llamado Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) aprovechando que su tío Phil (Steve Carrell) – con el que anteriormente no tiene relación – es un importante agente de Hollywood. Su tío le contrata como su ayudante y le presenta a su secretaría Vonnie (Kristen Stewart), de la que Bobby se enamora perdidamente. Vonnie sufre un desengaño amoroso: el hombre con el que lleva un año saliendo decide cortar con ella porque es incapaz de dejar a su mujer. Esto desencadena que Vonnie y Bobby comiencen una relación, pero cuando están haciendo planes de futuro para empezar una vida juntos en Nueva York, el hombre con quien salía se decide a dejar a su mujer para empezar una vida con Vonnie. Vonnie tendrá que elegir entre continuar sus planes de futuro con Bobby o volver con su expareja, que se trata ni más ni menos que del tío Phil.
Allen se vale de este triángulo amoroso como hilo conductor para tratar temas como la frivolidad que envuelve al idealizado mundo de Hollywood, el oportunismo humano, e incluso hace un homenaje al cine de gánsteres (que recordemos que fue en estos años cuando el cine norteamericano desarrolló este género, con películas como “Scarface, el terror del hampa” (1932) de Howard Hawks o “Hampa dorada” (1931) de de Mervyn Le Roy). Éste último tema, en mi opinión, no llega a estar suficientemente cohesionado en la narrativa fílmica y termina dando la impresión de ser un inserto falto de congruencia.
Por otro lado, un aspecto especialmente negativo de Café Society es que todos los temas que acabamos de mencionar son tratados con tal carencia de profundidad que el espectador ni siquiera alcanza a acariciar las entrañas de los mismos, imposibilitando su implicación emocional en su desarrollo: unos gánsteres arquetípicos y caricaturescos, la frivolidad hollywoodiense plasmada en un par de conversaciones a lo largo de la película y, lo más grave de todo, una historia de amor que no llega a transmitir.
Ahondando en las causas de esto último, creo que se debe principalmente a dos motivos.
El primero está originado por el casting seleccionado para la pareja protagonista. Esto no quiere decir que la interpretación individual de ambos actores (Jesse Eisenberg y Kristen Stewart) carezca de la calidad requerida, sino que es la combinación de dos personajes demasiado insustanciales y apagados lo que hace que los sentimientos no traspasen la pantalla para llegar al espectador, que en su lugar contempla cómo dos sujetos simulan sentir un sucedáneo de amor vacuo. Jesse Eisenberg, en su papel de alter ego de un joven Woody Allen, concuerda con esta escasa impetuosidad en lo que respecta a los sentimientos amorosos. Pero considero que para compensar y sustentar el equilibrio se debería haber escogido a una intérprete femenina con mayor potencia y vigor, en lugar de a Kristen Stewart, cuyo registro es bastante limitado y no ha sabido salir de ese papel de chica anodina e insulsa que representaba en “Crepúsculo” (2008); pero que en este último caso era compensado con un cautivador y enigmático Robert Pattinson.
El segundo fundamento para esta carente inoculación de sentimientos en el espectador es la unidimensionalidad de los personajes. Se trata de personajes tan planos que la audiencia no llega a conocerlos realmente, no alcanza a sentir empatía por su historia. Por ejemplificar esto diremos que al público le da igual que Vonnie acabe con Bobby o con Phil, porque ninguno de ellos ha logrado transmitir la trascendencia emocional que esta decisión implica. La personalidad de éstos está poco trabajada, lo cual podría solucionarse sin demasiada complejidad con herramientas como la alusión a los problemas ético-morales que se les plantean por la culpabilidad que sienten por haber sido infieles (o el remordimiento experimentado por abstenerse de sufrir esta culpabilidad) o el dolor que les produce la ausencia de su amado.
Estos dos motivos que acabamos de mencionar provocan que la magnificencia de la última secuencia de la película pierda efectividad. En ella, un formidable Vittorio Storaro (primerizo en trabajar con Allen y director de fotografía de obras como “El último tango en París” (1972) y “Apocalypse Now” (1979)) refleja la soledad que sienten los protagonistas por acabar separados mostrando a cada uno en una fiesta diferente -paradójicamente rodeados de gente y con su actual pareja-, y haciendo un fundido encadenado que superpone un primer plano de ambos rostros con la mirada perdida: ¿quizás quede un resquicio de esperanza para su historia de amor?
Continuando con el espléndido trabajo de Storaro, llaman la atención los movimientos de cámara empleados: poco usuales y de increíble belleza. Además utiliza este recurso con mesura, sin aturdir al espectador, ya que sabe mantener la cámara estática cuando el plano resulta demasiado estimulante desde el punto de vista narrativo. Asimismo, es destacable el atractivo de los encuadres y composiciones visuales que logra crear.
El cromatismo acapara más atención en la obra que el que llegan a alcanzar algunos personajes. De hecho, está más trabajado y experimenta una evolución mayor a lo largo de la obra que muchos de éstos. Predominan los tonos anaranjados en las escenas de Hollywood, quizás en alusión a que el film se sitúa en los años dorados de este cine. Estas tonalidades se contraponen con un cromatismo grisáceo que se emplea en las escenas de Nueva York. Veamos un ejemplo de este contraste en el plano-contraplano de la conversación telefónica que mantiene Bobby (al poco de llegar a su habitación en Los Ángeles) con su familia (que se sitúan en su casa de Nueva York).

Ilustración 1: Plano extraído de "Café Society" (2016) de Woody Allen.

Ilustración 2: Plano extraído de "Café Society" (2016) de Woody Allen.

De hecho, este cromatismo que alterna planos demasiado anaranjados con otros fríos y grisáceos recuerda enormemente al empleado en otra obra escrita y dirigida por Allen, que también está ambientada en los años 30: “Acordes y desacuerdos” (1999).

Ilustración 3: Plano extraído de "Acordes y desacuerdos" (1999) de Woody Allen.

Ilustración 4: Plano extraído de "Café Society" (2016) de Woody Allen.

Otro aspecto que intenta aludir al cine de aquellos años son las transiciones mediante cortinillas, que aunque en esos años fueran usuales (son empleadas, por ejemplo, en “The Star Packer” (1934)), ahora resultan chocantes e incluso sacan al espectador de la diégesis del relato.
Por último, podemos concluir que se trata de una comedia romántica con trazos dramáticos que emana un marcado estilo alleliano:
En primer lugar, esta obra mantiene su carácter de autor autobiográfico. En esta ocasión Allen permuta hacer un cameo en pantalla por convertirse en el narrador no presente. No obstante, aunque no interprete ningún papel, refleja en el protagonista desde rasgos de su personalidad hasta su ambición, su procedencia judía e incluso el oficio de su padre como grabador de joyas.
En segundo lugar, cobran relevancia en la obra dos de sus grandes pasiones: Nueva York y el jazz. Éste último además conforma la banda sonora con canciones como "I Didn't Know What Time It Was" interpretada por Benny Goodman and His Orchestra.
Pero lo más inconfundible del carácter especial de su obra es, sin duda, su humor elevado. Esto hace que su primera película rodada en digital no pueda ser considerada una obra apta para todos los públicos. No se trata de un problema relativo a la edad de los espectadores porque exhiba contenido sexual explícito o violento, sino porque para poder disfrutar de la experiencia en profundidad Allen exige al espectador cierto nivel cultural (en este caso, un mínimo de interés y/o cultura cinematográfica).

“-Te presento al ganador de dos premios de la Academia.
- No me conocerás. Soy guionista.”